En la niñez, nunca debemos esforzarnos (nuestros padres lo hacen todo por nosotros). En la juventud, el entusiasmo casi siempre nos impulsa hacia el cumplimiento de cualquier tarea, atenuando toda sensación de esfuerzo. En la madurez, ya sin entusiasmo alguno, el esfuerzo cobra una relevancia considerable, quedando cualquier empeño en manos de la voluntad pura. En la vejez, la vida entera se transforma en esfuerzo (esfuerzo por caminar, esfuerzo por recordar, esfuerzo por respirar). Pero es tras la muerte cuando todo cuesta ya un trabajo espantoso.
En este punto el esqueleto dejó de escribir.
Horas después cerró su diario íntimo.
Días después regresó tambaleándose al lecho.
Años después se tapó muy despacio con la sábana.
Imagen: Sofía de Juan
Querencias
Hace 18 horas
4 comentarios:
Muy bueno. Debe costar mover los huesos, en efecto..jeje Saludos!
Vaya...qué bueno, me ha gustado.
Me pregunto cómo le ira a usted...
Fdo: Larissa...
Es buenísima la metáfora
Kuss
Impecable, como siempre.
Un placer pasar a leerte.
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