La tuberculosis canceló la existencia terrenal de Franz
Kafka en 1924. Pero nadie sabe que al
morir ingresó en un extraño limbo lleno de columnas. Con asfixiante pena, el
escritor anduvo indefinidamente por aquel laberinto de mármol, hasta encontrar
(muy al fondo) una puerta ínfima y un guardián enorme. El guardián deslizaba
tediosamente en sus fauces los gajos de una mandarina. No tenía ojos. Kafka le interpeló.
-¿Quién eres?
-Soy el guardián de esta puerta, por donde nunca entrarás,
salvo que me expliques satisfactoriamente qué diablos significa tu relato Ante La Ley. Las altas esferas sospechan
que encierra una crítica al sistema judicial. Lo cual sería intolerable.
-¿Y si me niego a hacerlo? -repuso Kafka con desdén.
-En tal caso, tu condena será infinita. Nunca tendrás acceso
al siguiente guardián, que carece de oídos.
Ambos callaron. Desde entonces, Kafka yace en el suelo e
intenta dormir.

2 comentarios:
Genial, Javier. Kafka también aplaudiría ;)
Besos.
Gracias, Cristina. No sé yo si Kafka aplaudiría, pero me alegra que lo pienses. Besos.
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