lunes, 5 de mayo de 2014

El inmenso Mr. Lockwood

El inmenso Mr. Lockwood apagó de un manotazo la alarma de su móvil, que emitía música de Mozart. Fue al baño e hizo gárgaras frente al espejo. Tomó una ducha veloz, enjabonándose bien la barba. Desayunó té verde y un cruasán de brócoli. Ordenó meticulosamente sus partituras. Se puso un frac, un abrigo y un bombín. Cogió un pequeño estuche. Salió de casa silbando. Atravesó la ciudad en trolebús. Se bajó en el Auditorio, al que accedió por la entrada de artistas. Saludó jovialmente al resto de los músicos. Luego avanzó con ellos hacia el escenario, donde ocupó su lugar (puesto 35 B, junto a los timbales). Allí abrió su ínfimo estuche, del que sacó un triángulo. Tras los aplausos, el director dio la señal y la sinfonía empezó, haciendo temblar las paredes. El inmenso Mr. Lockwood aguardó paciente su turno. Al final del cuarto movimiento se levantó, imponente como un cíclope, e hizo sonar el triángulo en el momento justo, una sola vez, con enérgica precisión. Cuando terminó el concierto, guardó el triángulo en su estuche. Se despidió afablemente de sus compañeros. Salió del Auditorio. Volvió a casa en trolebús. Entró en ella silbando. Se quitó el bombín, el abrigo y el frac. Se puso un pijama de rombos. Comió riñones al jerez. Fue al baño, donde hizo gárgaras frente al espejo. Puso la tele sin volumen y se tumbó a dormir en el sofá.

(Texto dedicado a Alfred Hitchcock y publicado en el número 363 de la revista Quimera)

1 comentario:

Anónimo dijo...

El tipo inspira ternura. Ahora que come un asco.

Unica

(La que sueles borrar)