
El viudo inconsolable no sabía qué hacer para no salir del recuerdo de ella. Lo que más lo desconsolaba era quitar las hojas del almanaque, como si cada hoja lo apartara más de los días felices. Temblaba al ver adelgazar el taco, como si se quedase en esqueleto el árbol en que anidó su amor. Al volver la esquina de ese almanaque, ella iba a quedar detrás del horizonte visible. Eso no podía ser. Y el viudo inconsolable acaparó almanaques de aquel año que iba a morir y se guió por ellos en años sucesivos, equivocado de días y de lunas, pero repitiendo aquel año sin tener que pasar por la tristeza de los aniversarios.
Ramón Gómez de la Serna (Del libro
Disparates y otros caprichos)