Dejé de usar reloj el día en que mi mano izquierda
desapareció. Me costó mucho hacerme a la idea de su pérdida pero pensé que la
mano derecha sería suficiente para los quehaceres diarios. Más complicada fue la desaparición de las rodillas,
pues aunque los pies seguían estando allí, no existía nexo alguno con el resto
del cuerpo, así que tuve que abandonarlos en el zapatero. El sitio más lógico
que supe encontrar. El día que desperté sin cadera, me planteé ir al
médico. Éste no encontró explicación a lo que me estaba ocurriendo. Analgésicos
y descanso fueron sus consejos. Pero no funcionaron. A la cadera le siguieron el brazo izquierdo, el torso,
la espalda y los hombros. Lo que provocó la caída del brazo derecho que aún
desembocaba en mano. Él solito reptó hasta el zapatero y se metió dentro,
supongo que por aquello de no sentirse solo. Y allí estaba yo, con la cabeza y el cuello pegado al
suelo cual seta silvestre. Lo último que acerté a pensar, antes de desaparecer
completamente, fue: “Quizá ella me esté olvidando”.
Ginés Cutillas (del libro
Un koala en el armario)
Imagen: Fotograma de la película Vértigo
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