Un anciano aguarda el metro con gravedad. No hay un alma en el andén. Al fondo del túnel una luz se aproxima despacio. El anciano se levanta dificultosamente. Cuando el tren se para delante y abre sus puertas, el anciano entra trémulo. Dentro no hay nadie, salvo otro anciano que parece estar dormido y que luce un hermoso bigote blanco. El primer anciano se sienta frente al segundo y el tren emprende la marcha. La luz del vagón es tenue como el pulso de un enfermo terminal.
Anciano 1: Disculpe, ¿tiene usted hora?
Por toda respuesta, el Anciano 2 permanece
inconsciente. Contrariado, el Anciano 1 se levanta y lo zarandea.
Anciano 2 (con sobresalto): ¿Qué demonios
ocurre? Estaba profundamente dormido.
Anciano 1 (regresando a su asiento): No
tiene importancia. A nuestra edad suele ocurrir. Yo pensé que estaba muerto.
Lamento haberme equivocado.
Anciano 2 (frotándose los ojos): Es usted
muy amable. Supongo que ahora querrá que le ofrezca un poco de conversación.
Anciano 1: En absoluto. Sólo quería saber
la hora.
Anciano 2 (saca del bolsillo un reloj de arena
y lo consulta): Me temo que es tarde.
Anciano 1: Lo imaginaba.
La luz del vagón se vuelve de súbito más
decrépita. Los ancianos permanecen unos instantes en silencio. El tren se
detiene en alguna estación, pero no entra nadie.
Anciano 1: Pese a la natural
animadversión que usted me provoca, debo reconocer que su bigote es formidable.
Anciano 2: Le agradezco el cumplido.
Anciano 1: ¿Le importaría prestármelo un
momento?
Anciano 2: No tengo inconveniente,
siempre que lo trate con suma delicadeza.
El anciano 2 se desprende del bigote y lo
acaricia un poco antes de entregárselo al anciano 1, que se lo pone
ceremoniosamente.
Anciano 2 (algo desvalido sin el bigote):
¿Y bien? ¿Qué le parece?
Anciano 1: Que sin bigote tiene usted
cara de cretino.
Anciano 2: Me pregunto a qué viene tanta
hostilidad. La luz está a punto de extinguirse. Propongo que intentemos ser
amigos.
Anciano 1 (meditabundo): Ahora que lo
dice, no es mala idea.
Los dos ancianos se levantan para
abrazarse. Poco a poco, el abrazo va adquiriendo cierto voltaje erótico. Al
abrazo le sucede un beso animal. Cuando los ancianos comienzan a desvestirse
mutuamente, ebrios de lujuria, la luz se apaga del todo.
Imagen: Final de la película North by Northwest, de Alfred Hitchcock
Imagen: Final de la película North by Northwest, de Alfred Hitchcock
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