jueves, 29 de mayo de 2008

Tenemos que hablar



–Tenemos que hablar.
Eso dijo ella con pesadumbre. Algo aturdido, me senté en el sofá donde solíamos ignorarnos. Pero esta vez no encendimos la tele. Apenas recuerdo lo que finalmente hablamos (mi memoria tiende a suprimir las catástrofes). El caso es que ahora vivo lejos de ella, en las afueras, entregado a una existencia gélida y crepuscular. Fantasmagórica, para ser exactos.
Al principio, achaqué mis visiones nocturnas a la añoranza (no en vano, aquellas fugaces mujeres del pasillo parecían vestir como ella). Luego, a la vertiginosa desnutrición (únicamente me alimentaba de pan seco y agua corriente). Por último, comprendí con pavor que los fantasmas no procedían de mi tristeza, sino del más allá. Lo supe por el modo en que me abrazaban. Eran almas en pena, dolientes criaturas sin tiempo, espectros quejumbrosos que paulatinamente invadían mi nueva casa en las afueras. Lo peor del asunto (y por eso estoy bajo la cama) es que ahora hay veinte o treinta reunidos en el salón, esperándome en absoluto silencio. Pude verlos hace un rato, justo antes de huir despavorido, cuando el señor del sombrero me cogió del brazo y me dijo con voz de ultratumba:
–Tenemos que hablar.

martes, 20 de mayo de 2008

Definiciones diabólicas (D)


Decidir: Sucumbir a la preponderancia de una serie de influencias en detrimento de otra serie.

Dentista: Prestidigitador que introduce metal en nuestra boca y saca monedas de nuestros bolsillos.

De otro modo: Igual de mal.

Desengañar: Ofrecer a un vecino un error distinto al que él ha considerado oportuno asumir.

Deserción: Aversión a la lucha, como, por ejemplo, cuando se abandona el ejército o a una esposa.

Desobedecer: Celebrar con la ceremonia pertinente la madurez de una orden.

Destino: Autoridad que se atribuye el tirano para cometer delitos y excusa a la que recurre el necio para justificar sus fracasos.

Día: Periodo de 24 horas, casi todas malgastadas.

Diafragma: Tabique muscular que separa los desórdenes respiratorios de los intestinales.

Diplomacia: Arte y negocio de mentir por el propio país.

Disculparse: Sentar las bases para una futura ofensa.

Discusión: Método para que los demás se reafirmen en sus errores.

Diversión: Lapidación de chinos.

Divorcio: Reanudación de las relaciones diplomáticas y rectificación de las fronteras.

Ambrose Bierce (El Diccionario del Diablo)

viernes, 16 de mayo de 2008

Diario ínfimo (I)

A menudo, muchos pensamientos dignos de perdurar por escrito
se desvanecen para siempre por culpa de la pereza o del inoportuno azar. Precisamente ahora me disponía a consignar aquí una reflexión memorable, pero está sonando el teléfono.

viernes, 9 de mayo de 2008

Mi loro


A Currito
Pese a que no tengo alas de poderosas remeras verdes ribeteadas de rojo, mi loro entiende las sílabas de mi mirada. Pese a que él es loro, casi un arcángel tropical, y yo un hombre como todos los hombres con una leyenda inconveniente que mezcla al lobo en el asunto, nos entendemos perfectamente. Ni él ni yo volamos; a los dos nos emociona Mozart.
Siente mi loro vértigo en las alturas y teme que alguna vez mi inconstancia de hombre le abandone por otra ave. Abro entonces las banderas que empavesan los buques con el abecedario del mar, e intento explicarle que eso es imposible.

Rafael Pérez Estrada

Imagen: Rafael Pérez Estrada y Currito

lunes, 5 de mayo de 2008

La partida



En la mesa de billar sólo quedaban dos cabezas. Tras apurar su gin-tonic, Alá realizó un disparo formidable: la cabeza del musulmán recorrió el tapete hasta chocar estrepitosamente contra la cabeza del judío, que se perdió en la tronera del fondo. Asombrado por la pericia del golpe, Yaveh no tuvo más remedio que invitarlo a otra copa.

Imagen: Tony Peters

jueves, 1 de mayo de 2008

Las líneas de la mano



De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso del parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván, y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entre el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor, y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor, y en una cabina donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hasta el codo, y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

Julio Cortázar (Historias de cronopios y de famas)