En lo que a mí concierne, no tengo ni idea. Quizá escribo para averiguar por qué escribo. Lo cierto es que al escribir pienso mejor. Con menos niebla, con más fluidez, como si fuera otro quien escribe, alguien más sofisticado y lúcido a quien no conozco apenas. Escribo porque así doy voz al inconsciente, que suele estar callado si no escribo, tramando fechorías de las que sólo tengo noticia al escribir. En realidad escribo porque no me encuentro bien. Para no volverme tarumba. O para volverme tarumba sin riesgo de ser recluido en una institución mental. Escribo para salvarme provisionalmente. Para no gritar demasiado. Para transformar el tedio en pasión y la tristeza en fuego. Escribo porque no sé vivir. Ni creo que aprenda jamás. Escribo para hacer algo de música con el lenguaje. Para generar imágenes oníricas que me sorprendan e iluminen como insectos de luz apareándose en la noche mientras vuelan. Para inventar mundos alternativos que me saquen un poco del mundo real, esa catástrofe. Escribo para comunicarme en silencio con almas afines. Para jugar. Para ausentarme. Escribo porque algo hay que hacer, mientras el tiempo nos aplasta. Escribo porque mi padre es librero y crecí devorando libros. Porque adoro la ficción. Porque venero las palabras. Porque la realidad está mal escrita. Escribo para huir del frío. Para ser mejor persona. Para detener el tiempo. Escribo para olvidar. Y para recordar también. En resumidas cuentas: no tengo ni idea de por qué escribo. Pero estoy lejos de entender a quienes nunca lo hacen. Así que dígame, querido lector: ¿por qué no escribe?
Que es verdad tanta belleza
Hace 17 horas