lunes, 4 de septiembre de 2017

Un oficio de extraterrestres

¿Por qué escribe? Con frecuencia, los periodistas dirigen esta pregunta a los escritores, como si escribir fuese una actividad anómala o patológica, muy distinta de cualquier otra actividad humana, un oficio de extraterrestres. A ningún arquitecto le preguntan por qué diseña edificios. A ningún panadero por qué hace pan. A ningún piloto por qué vuela. Sin embargo a los escritores nos preguntan siempre por qué escribimos. Y resulta difícil contestar.
En lo que a mí concierne, no tengo ni idea. Quizá escribo para averiguar por qué escribo. Lo cierto es que al escribir pienso mejor. Con menos niebla, con más fluidez, como si fuera otro quien escribe, alguien más sofisticado y lúcido a quien no conozco apenas. Escribo porque así doy voz al inconsciente, que suele estar callado si no escribo, tramando fechorías de las que sólo tengo noticia al escribir. En realidad escribo porque no me encuentro bien. Para no volverme tarumba. O para volverme tarumba sin riesgo de ser recluido en una institución mental. Escribo para salvarme provisionalmente. Para no gritar demasiado. Para transformar el tedio en pasión y la tristeza en fuego. Escribo porque no sé vivir. Ni creo que aprenda jamás. Escribo para hacer algo de música con el lenguaje. Para generar imágenes oníricas que me sorprendan e iluminen como insectos de luz apareándose en la noche mientras vuelan. Para inventar mundos alternativos que me saquen un poco del mundo real, esa catástrofe. Escribo para comunicarme en silencio con almas afines. Para jugar. Para ausentarme. Escribo porque algo hay que hacer, mientras el tiempo nos aplasta. Escribo porque mi padre es librero y crecí devorando libros. Porque adoro la ficción. Porque venero las palabras. Porque la realidad está mal escrita. Escribo para huir del frío. Para ser mejor persona. Para detener el tiempo. Escribo para olvidar. Y para recordar también. En resumidas cuentas: no tengo ni idea de por qué escribo. Pero estoy lejos de entender a quienes nunca lo hacen. Así que dígame, querido lector: ¿por qué no escribe?

(Columna publicada en el periódico Así Es Rincón de la Victoria, y en la revista de culturas urbanas El Observador)

lunes, 24 de abril de 2017

El fantástico hombre bala














Esa noche actuaba. Llevaba semanas preparando cada detalle. De pronto, en su cabeza, encajó todo. Todo lo que en los últimos dos meses le tenía un poco descentrado. Una luz que ordenó cada hecho. Últimamente, Félix iba mucho por el piso. Las últimas veces ya estaba allí cuando él llegaba de ensayar su gran número. No le extrañó de su viejo amigo, en absoluto, pero esas despedidas de su mujer, frías y metálicas, esa falta de amor en cada roce, cada palabra, ese no tengo ganas esta noche, cariño, mañana, las bragas que encontró hace unos días al entrar en casa, bajo el sofá... Y Félix siempre allí, con una mirada plácida, relajada, quizás con el pelo algo revuelto y algún botón mal encajado. Todo cobraba sentido. Ahora no debía pensar en eso, pues podía fastidiarse el salto, el magnífico vuelo que preparaba.
Repasó el cañón e hizo unos ajustes, tensando más el mecanismo, buscando que el salto fuese espectacular. La gente rugía fuera. Estaban a punto de anunciarlo. Pensaba en su mujer, en su amigo. Ahora andarían con los prolegómenos. Deseó llamarla y marcó los dígitos, pero nadie cogía el teléfono. Tal y como se temía. Fuera, anunciaban su número. Llegó el momento, y tuvo el impulso de no salir. Para qué, pensó, pero luego otra idea cruzó por sus ojos. Le dijo algo al oído al mecánico encargado del cañón, algo que le arrugó la cara a éste, pero terminó, de mala gana, por seguir su indicación.
Las gradas estaban llenas, no cabía ni un alfiler. Era su momento. Hizo una reverencia en forma de saludo y se introdujo en el cañón. Sonaba un redoble de timbales que iba ganando en volumen, y por los altavoces el jefe de pista también hablaba, pero él no oía nada. Sólo los gemidos de su mujer en la alfombra. Sólo la lencería cayendo al suelo, sólo la destrucción. 4, 3, 2...1 y el fantástico hombre bala salió despedido. Miles de ojos pendientes de ese vuelo. Subió y subió. El jefe de pista arrugó el entrecejo; el jefe del circo, sentado en primera fila con las autoridades, se tapó los ojos, y el locutor, callado hasta entonces, reacciona y arenga al público, pero el hombre bala ya ha roto la carpa del circo, ya sale despedido hacia la ciudad, hacia algún piso en el que un hombre y su mujer yacen exhaustos, ajenos al impacto que va a producirse de un momento a otro.

Antonio Luis Ginés (El fantástico hombre bala. El páramo, 2010)

martes, 20 de diciembre de 2016

Seísmos y Fuerza Menor (Cuadernos del Sur)

“Desde Almería a Huelva, pasando por Málaga, Granada, Córdoba, Sevilla, Cádiz o Jaén, una firme apuesta literaria para el siglo XXI, lo mejor de la narrativa breve contemporánea, Javier Mijé, Miguel Ángel Muñoz -El síndrome Chéjov (2006), Quédate donde estás (2009) y Entre malvados (2016), Javier Puche -Seísmos (2011) y Fuerza Menor (2016)- y la sevillana Marina Perezagua, Criaturas abisales (2011) y Leche (2013)”. Así concluye el formidable artículo sobre narrativa española reciente que ha publicado el escritor Pedro Martínez Domene en Diario de Córdoba (Cuadernos del Sur) y que podéis leer abajo de principio a fin. Imposible traducir en palabras la alegría de ver mi nombre junto al de escritores andaluces tan grandes como Juan Bonilla, Hipólito G. Navarro, Félix J. Palma, Felipe Benítez Reyes, Vicente Luis Mora, Joaquín Pérez Azaústre, Guillermo Busutil, Lara Moreno, Elvira Navarro o los citados arriba. Ardo de gratitud hacia este 2016 que empieza a irse.

De la posmodernidad a un realismo diverso

viernes, 16 de diciembre de 2016

Oh Tiempo

Oh Tiempo
sé amable.
Ayuda a este ser agotado
a olvidar las cosas tristes.
Alivia mi soledad
y tranquiliza mi mente
mientras vas devorando mi carne.

Marilyn Monroe (del libro Nueve poemas de Marilyn Monroe, traducido por Jesús Aguado)

viernes, 11 de noviembre de 2016

Palabras en la nieve









No hay nada en el folio. Nada en absoluto. Es blanco como un oso polar. Blanco como la nieve infinita. La tarea del escritor consiste en trazar palabras en la nieve. Y que esas palabras contengan algún calor, cierta emoción que desmienta el frío. No importa que nadie las lea jamás. No importa mucho eso. Sólo que el frío remita un instante.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las olas

Aquella tarde, al volver del mercado con la cesta de la compra, la vecina del entresuelo halló en su buzón la disculpa de un antiguo pretendiente por no haber acudido a la cita que habían acordado mucho tiempo atrás, escrita a mano en una nota que acabó finalmente en el cubo de la basura, desmenuzada junto a varias facturas domésticas y folletos de publicidad, tras pasar unos días en la repisa del recibidor, donde la anciana señora la leyó al fin sin enterarse de nada por culpa de las cataratas, y por lo tanto sin experimentar emoción alguna después de tantos años en los que, de vez en cuando, se acordaba de aquel novio que la dejó plantada una vez, y reía y lloraba con cierta frecuencia sin saber exactamente por qué, o alternaba largos períodos de indiferencia o resignación ante los avatares que (pensaba ella) acudían prestos sin que nadie los llamara, como las olas en la playa, a la que bajaba a menudo a consolarse para intentar olvidar la tremenda decepción que la quemaba por dentro, y casi la volvía loca, cuando se convenció de que nunca volvería a verlo y no se lo podía creer, mientras esperaba como una tonta, de pie en la parada del autobús, con su ropa en una pequeña maleta y su corazón desbocado, aquella tarde en la que habían quedado los dos en irse a vivir muy lejos.

Pedro Herrero (del libro Los días hábiles)

lunes, 17 de octubre de 2016

Obstinación

–Esta vez no fallaré –se dijo con rabia el francotirador. Acto seguido, volvió a disparar su rifle de largo alcance.
Pero nada.
Definitivamente, había perdido precisión en los dedos, antaño infalibles. Volvió a intentarlo, cambiando de víctima. Fue inútil. No lograba arrebatarle la vida a nadie.
–¿Nos vamos ya? –dijo una voz lúgubre a su espalda.
Por toda respuesta, el francotirador cargó de nuevo el rifle con obstinación de sonámbulo.
–Sólo tengo que concentrarme un poco –se dijo mientras limpiaba el visor del arma. Luego apuntó con cautela. Sentada tras él, la Muerte consultó su reloj y encendió pacientemente un cigarrillo.

Fuerza Menor (Isla de Siltolá, 2016)
Imagen: M.C. Escher (Eye)