viernes, 27 de marzo de 2009

Cuentos de seis palabras


Llora en la celda el inmortal.

No vio la hormiga el precipicio.

Devora el caníbal al último hombre.

Soñé que soñaba que me dormía.

Drácula atracó un banco de sangre.

Adherido a la telaraña, espero resignado.

En vano intenta la muerte suicidarse.

Hombre-bala busca ansioso mujer-cañón.

Sueño que despierto en otro sueño.

El tiempo, cansado, se detuvo ayer.

¿Podría decapitarme más deprisa, por favor?

Érase una vez un colorín colorado.

sábado, 21 de marzo de 2009

Cazadores de letras



Huyamos, los cazadores de letras están aq...


Ana María Shua

viernes, 13 de marzo de 2009

Cuentos para sonreír


Me complace anunciaros que la editorial sevillana Hipálage ha tenido a bien seleccionar mi pieza Los caramelos para formar parte de la antología Cuentos para sonreír, de inminente aparición en las librerías.


Ficha del libro:
Cuentos para sonreír, de VV.AA.
ISBN: 978-84-96919-15-0
14x21 cm. Rústica
290 páginas
Precio (IVA incluido): 20 euros

Podéis leer el cuento pulsando dulcemente aquí.

domingo, 8 de marzo de 2009

Retrato de mujer sentada


Ella se basta,

nada desea

salvo el orgullo de ver siempre claro

hasta dejar de ver.

(Fernando Pessoa)

La señora Agustina era una vieja repulida y cegata, que no se cansaba de ser buena todos los días del año, se cambiaba de sayas por lo menos una vez a la semana, se recogía el pelo en un moño tieso y atrevido y parecía no ver a nadie a través de sus gruesas lentes, que le agrandaban los ojos, como en un acuario, y le ponían en la cara un gesto de asombro permanente. A las seis de la mañana en verano y a las ocho en invierno, ya estaba sentada a la puerta de su casa, en una silla baja de anea. Había tenido cinco hijos, que la fueron abandonando poco a poco, en un continuo chorreo de desgracias próximas y noticias lejanas. Del marido ya ni se acordaba. Pero la señora Agustina seguía allí sentada, inmóvil, indiferente, con su bondadosa cara de plácida resignación, inmutable a las ausencias y al discurrir de las decepciones. Los que pasaban la saludaban con un movimiento de cabeza o con una palabra amable de reconocimiento, a lo que nunca contestaba. Después de muchos años, los vecinos se dieron cuenta de que estaba completamente ciega, además de sorda, lo que no sorprendió a nadie por la inexorable usura del tiempo y su poca vista de nacimiento. Que además estuviera muerta, les pareció a todos de lo más natural.

Luciano G. Egido (Del libro Cuentos del Lejano Oeste)

Imagen: Luciano G. Egido (caricatura de Gusi Bejer)